lunes, 26 de octubre de 2020

COVID-19, EL ESPEJO DE UNA CRISIS CIVILIZATORIA

En el momento actual, Europa y Norteamérica sufren las arremetidas de una pandemia que ha dejado al descubierto las carencias de su modelo de gobierno y su estado de bienestar. En una entrada anterior, nos referíamos al vínculo entre la crisis sanitaria ocasionada por la COVID-19 y los recortes sanitarios. Pero la segunda oleada de la pandemia destapa carencias aún más profundas.

En primer lugar, la falta de previsión ante la bajada de los casos tras el primer confinamiento. Se diseñó una vuelta al trabajo y la enseñanza presenciales, al transporte público masificado, a la hostelería o al turismo a gran escala, entre otras facetas de este mundo nuestro.

En segundo lugar, la asociación entre normalización de la actividad y garantía de supervivencia de la economía. Prevenir adecuadamente una segunda oleada habría sido la mejor manera de proteger las maltrechas economías. Era evidente que el otoño iba a generar otra explosión de casos, pero a los obtusos gobiernos les pareció más conveniente sostener y sostener una falacia que se caía por su propio peso.

En tercer lugar, la manipulación de las estadísticas. De repente se comenzó a hablar de contagios y fallecimientos diarios, por un lado; y registrados, por otro. Cada semana veíamos un crecimiento moderado de los datos para la semana en curso, pero más abultado para la semana anterior.

En cuarto lugar, no se contó lo suficiente con el conocimiento aportado por los científicos. Si eran innumerables las voces de expertos que alertaban sobre el contagio en interiores: ¿por qué no se limitó mucho más el ocio en locales cerrados o se dejó de fomentar el teletrabajo?

En quinto lugar, las deficiencias en las estrategias de rastreo.

En sexto lugar, se desestimó el aporte de los científicos sociales a la hora de analizar y planificar los dispositivos sanitarios y las pautas de comportamiento de la población.

En séptimo lugar, no ha habido un estudio epidemiológico serio que comparara la evolución de la pandemia entre unos países y regiones con otros. Se ha invertido mucho dinero en buscar una vacuna o un tratamiento efectivo. Ojalá se encuentre pronto. Pero habría sido de mucho interés comparar en qué medida la temperatura o el grado de humedad influyen en el desarrollo de la enfermedad o en la configuración (o no) de una explosión de casos.

En octavo lugar, la transferencia de la responsabilidad a los sujetos. Un comportamiento cívico de la población es importante. Pero las administraciones públicas no pueden eludir su responsabilidad. Más aún después de un confinamiento como el que se dio a escala global durante la primera oleada.

Y en noveno lugar, el fracaso que supone la incapacidad de combatir el permanente bulo de los negacionistas. Fracaso que compromete al sistema educativo, más dedicado a fomentar la adhesión nacional de los sujetos que a favorecer un pensamiento crítico; y a los medios de comunicación social, que producen más sujetos consumidores de información que ciudadanos capaces de construir puntos de vista coherentes con el mundo que les rodea.

Carencias que, en algunos casos, van más allá de la acción de los gobiernos, principales responsables. Afectan a la forma como investigamos los problemas, a la difusión del conocimiento o a la falta de coherencia en una sociedad que se autodenomina moderna, postmoderna o global.

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